Viví varios meses en Barcelona, en 2016. Por motivos profesionales, principalmente, pero también porque era una ciudad que amaba desde la distancia. El amor platónico por sitios desde mi humilde habitación de la terreta era parte de mi rutina y la ciudad condal, entre muchas otras, estaba en mi lista.
Su cultura, su idioma, su ambiente, su carácter, su personalidad, sus contrastes, sus atardeceres, la posibilidad de acudir a tu espacio personal frente al mar, las múltiples opciones de hacer planes, su luz. Es una de mis ciudades favoritas y, sinceramente, echo de menos estar allí.
Pero con matices. Unos matices que han nacido en los últimos meses. Unos matices que se han convertido en dudas. Unos matices que han generado preocupación si te soy sincero.
¿Qué te pasa, Barcelona?
He leído, escuchado y visto numerosos comentarios e imágenes de inseguridad, de violencia, de delincuencia. Cada vez más. Y no, no lo he visto, no lo he percibido de medios generalistas que son de todo menos defensores precisamente de todo lo que tenga cierto aroma a catalán. Lo sé de primera mano, de gente de confianza. Entonces me preocupa.
¿Qué te pasa, Barcelona?, insisto.
Barcelona es una ciudad de luz, de un ambiente especial, de un aroma vanguardista, artístico y a la altura de muy pocas ciudades en el mundo. Una ciudad en la que viví y fue feliz. Pero ahora estoy contrariado.
Sigue siendo la ciudad de la que me enamoré, pero las noticias que me llegan son tristes, preocupantes, negativas y grises. Entonces no sé cómo sentirme. No sé si hacer oídos sordos, volver y verlo de primera mano, o todo lo contrario, huir del pensamiento de un viaje por lo que pueda pasar y comenzar a restar romanticismo al asunto.
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