Algunas sensaciones de mi viaje a Donosti:
Decepción al llegar, porque la estación está en obras.
Frío, lluvia y viento.
No olvides mirar hacia arriba en prácticamente cualquier calle.
Los precios de los bares fuera del centro histórico son bien recibidos.
He encontrado mi nuevo carrete en blanco y negro favorito.
Mucho turista francés, por la cercanía territorial.
Banderas, muchas banderas de la Real Sociedad, en los balcones. Sentimiento de pertenencia.
Las vidrieras de la catedral.
Es una ciudad con muchos niños en las calles. Vida pura.
Las casas a orillas del río Urumea.
No olvides ver de cerca las barandillas del paseo de la Concha.
Qué gozada es la maravillosa vista del Palacio de Miramar en el horizonte.
El toque francés de la ciudad es muy bonito.
La tortilla de patatas.
Si te gusta el diseño editorial, puedes dejarte caer por muchos puestos de revistas y libros.
El euskera me impone tanto como me atrapa.
Qué bien se come, joder.
He hecho fotografías muy chulas.
Las vistas desde las alturas, en varios de sus miradores.
Es una ciudad demasiado elegante como para dejarla en el olvido.
Aquella calle en la que, sin palabras, se notaba la tensión política.
La ciudad duerme. Puede parecer algo raro, pero vivir en Madrid desvirtúa muchas cosas.
Compré dos videojuegos que quería desde hacía tiempo.
Lugares que no quiero compartir con nadie, de Elvira Lindo, fue el libro que me acompañó.
Acude a la Viña y come la mejor tarta de queso del mundo.
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