Sigo durante el año la Premier League. Me encanta, me apasiona, me atrae. Mucho. Evidentemente, me entero de muchas cosas. Unas más importantes que otras. Unas más humanas que otras. Esta pasada temporada me cautivó una por encima de otra, de lejos. Localizada en Sunderland, encontré la preciosa historia de Jermain Defoe y el pequeño Bradley Lowery.
El delantero inglés del Sunderland conoció personalmente el caso del pequeño Bradley, enfermo de cáncer con tan sólo 5 años, hasta tal punto que acabó convirtiéndose en uno de sus mejores amigos y apoyos. Nunca dudó en pasar noches enteras en el hospital, cuidándole, durmiendo junto a él. Simplemente para que el pequeño fuera feliz.
Defoe era el ídolo total del pequeño y cumplió el sueño de conocerle en persona. El atacante no dudó en salir al campo con él, de la mano, en brazos, siempre que el Sunderland jugaba sus partidos como local en el Stadium of Light. Incluso ocurrió en la vuelta de Defoe con Inglaterra, en el mítico estadio de Wembley. Pero la triste historia fue más allá, convirtiéndose en auténticos amigos, forjando una amistad que, tristemente, ha finalizado en la noticia menos esperada de todas. Bradley Lowery falleció el viernes.
Los padres usaron el caso mediático de su hijo para montar una asociación para niños en situación similar a la de Bradley, e iban informando en su perfil oficial de Twitter las evoluciones, o invocaciones, del pequeño. Hicieron del foco mediático que había conseguido su pequeño gracias a Defoe y el Sunderland una herramienta para ayudar a familias en similar situación.
Sin embargo, el triste desenlace tuvo un guión esperado, al menos siguiendo las pistas que iban produciéndose en la última semana. Los padres de Bradley ya habían afirmado que el pequeño ni siquiera abría los ojos, durmiendo, muy débil, y el diagnóstico médico ya estaba orientado a su fallecimiento. Además, la emotiva reacción de Defoe en rueda de prensa con el Bournemouth, su nuevo club desde hace pocos días, dejaba claro que la situación había empeorado y el triste desenlace podía ser cuestión de horas. Y así fue. Al día siguiente de sus lágrimas ante las cámaras.
Una enfermedad infantil que, desde el respeto y la discreción, se convirtió en mediático. Muchísima gente se unió a la causa del pequeño Bradley Lowery, todos luchando para que superara una situación tan importante con apenas años de vida. Un niño que sonreía, que jugaba con el resto de niños, que era inquieto, que preguntaba sobre todo aquello que veía, que simplemente se dedicaba a ser lo que era, un niño. Un niño que conocía su enfermedad, pero no por ello le perjudicaba a su forma de ser, la de un niño cuyo objetivo y mayor preocupación es ser feliz, jugar, mientras sin saberlo estaba haciendo frente a la mayor batalla de su vida.
Se nos fue. Se marchó. No pudo ser. Un caso mediático que al mismo tiempo nos enamoró gracias a la preciosa relación que se instaló con Defoe. Primero su ídolo, luego su mejor amigo. Un caso precioso, pese al triste final. Una historia emotiva que ensalzó la figura del delantero inglés a nivel humano.
Descansa en paz, pequeño.